12.6 TALLER DE ESCRITURA

EL TEXTO DESCRIPTIVO

Describir es decir cómo es alguien o algo. En nuestra vida cotidiana utilizamos las descripciones de forma habitual, normalmente insertas en narraciones. En este tipo de textos, la descripción detiene la acción para mostrarnos la realidad a través de la mirada del narrador o autor.

Recuerda que describimos, normalmente, en presente o en pretérito imperfecto (ocasionalmente en otros tiempos de pasado, como el pretérito pluscuamperfecto), utilizando adjetivos que califican a los nombres. En los textos que te mostramos a continuación, aparecen señalados en rojo los verbos descriptivos, en verde los sustantivos o nombres, y en naranja los adjetivos. Observa su uso.

Podemos describir lugares:

Cuando llegué por primera vez a Pekín, me encontré con una ciudad más gris de lo que esperaba. Los edificios eran altos y feos, los árboles pelados y negros. Faltaban pocos días para el invierno y, como cada año, las ramas habían perdido todo su verdor, la contaminación empezaba a nublar la vista y la gente caminaba rápido, ante el frío continental que se acercaba. La ciudad se me presentaba triste y apagada. Podía pasarme horas mirando –totalmente fascinado– lo que hacían los pekineses, cómo iban vestidos, qué comían y cómo hablaban un idioma del que no entendía ni una palabra. Pero, a pesar de eso, el decorado que los rodeaba solía dejarme indiferente. Reconozco que me generaba cierta curiosidad, pero, con el tiempo, descubrí que estaba basada en el factor atractivo que a todos nos ejerce la pura novedad. Si me hubiera encontrado con un barrio así en mi ciudad de origen, habría pasado por mi memoria sin pena ni gloria.

Descubrí que Pekín era bonito –y que sería mi ciudad preferida de China– cuando, un día cualquiera, tuve que ir a comprar verduras para cenar. Mi nevera estaba vacía, y me parecía poco elegante gorronear a mis nuevos compañeros de piso. Bajé de mi apartamento para comprar cebollas, patatas y pimientos a la viejecita que, habitualmente, montaba una carpa de plástico delante de mi edificio, en la que vendía, en cajas de porexpán, todo tipo de verduras a precios muy baratos. Ese día descubrí que mi verdulera habitual cerraba por las tardes, por lo que –sin otra alternativa en mente y con ganas de dar una vuelta– me puse a caminar hacia el sur de la ciudad. Dando pasos y más pasos, descubrí que mi edificio hacía frontera con un barrio de pequeñas callejuelas y casas bajas de aspecto antiguo, completamente diferente al resto de Pekín. Las paredes de los hogares eran de un entrañable color gris claro, los tejados seguían ondulantes formas clásicas y en algunos de ellos colgaban pequeñas jaulas con pájaros que piaban a mi paso. De algunos interiores sobresalían árboles retorcidos y elegantes, que tantas veces había visto en pinturas centenarias de antiguas dinastías. Después de varias caminatas más, descubrí que este extraño barrio no solo se extendía al sur de mi casa, sino también al norte, al este y al oeste. Estaba rodeado. Como periodista, no tardé en indagar sobre el tema y averigüé que los pekineses llaman houtong a este tipo de callejuelas antiguas. De pura casualidad, estaba viviendo en las únicas zonas de la ciudad que se resistían a la oleada gris y uniforme de la modernización urbana que dominaba China. El asunto se puso todavía más épico al descubrir que algunas de esas calles tenían más de ochocientos años de antigüedad.

Inicio de “Las calles de la memoria”, de Javier Borrás, publicado en Jot Down, en mayo de 2017.

Observa que, para describirnos el Pekín que le interesa, el autor del texto parte de la entidad mayor, la ciudad, para luego ir poco a poco comentando sus partes: los edificios, los árboles, las callejuelas, los tejados, las paredes de las casas, etc.

Podemos describir también personas:

A un lado, sentado también en el suelo, había un chiquillo astroso, horriblemente feo y chato, con un ojo nublado, los pies desnudos y un chaquetón roto, por cuyos agujeros se veía la piel negra, curtida por el sol y la intemperie. Colgado del cuello llevaba un bote para coger colillas.

Fragmento de La lucha por la vida, de Pío Baroja.

Al igual que en el texto anterior, el autor nos describe primero el aspecto general del chiquillo (astroso, feo y chato) y, después, algunas de sus partes (el ojo, los pies, la piel) o su indumentaria (el chaquetón, el bote para coger colillas).

Observa ahora un ejemplo de descripción de ambientes:

No bien arrancaban los soniditos del desayuno, el de la mermelada untada, el de la cucharilla removiendo el azúcar, el golpecito de la tacita contra el platito, el bocado de tostada crocante, no bien sonaban todos estos detalles, una atmósfera tierna se apoderaba de la habitación, como si los primeros ruidos de la mañana hubieran despertado en ellos infinitas posibilidades de cariño.

Fragmento de Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce Echenique.

Bryce Echenique acude aquí a un recurso original para recrear la atmósfera que le interesa: el uso del diminutivo. Soniditos, golpecito, tacita y platito son palabras afectivas que normalmente usamos en los diálogos con los niños. La habilidad del autor reside en utilizar este recurso en boca del narrador (no de alguno de los personajes) para recrear el ambiente del desayuno infantil.

Por último, observa cómo podemos describir incluso un plato de patatas bravas:

Estas patatas tienen un crujir especial en el bocado. Trozos pequeños y manejables, más alioli suave que salsa brava. Sabor a tomate de picor comedido. Un descubrimiento.

Fragmento adaptado de “Las bravas, ese clásico”, de Inma Garrido, publicado en Jot Down.

 

ACTIVIDADES

1. Escribe un texto descriptivo sobre algún personaje famoso del mundo hispánico. Escribe alrededor de 200 palabras. Manda después tu escrito al profesor.

2. Imagínate que te has hecho un nuevo amigo por internet. Él es mexicano y quieres mostrarle cómo es la ciudad en la que vives. Envíale un correo electrónico contándole cómo es tu ciudad. Te sugerimos que empieces hablando en general y después vayas describiendo detalladamente los puntos que más te interesan.